Pseudosilencios
La pasada noche los silbidos del viento tormentoso atenuaron los profundos ronquidos de mi anciano padre.Al amanecer, con el alba, comenzó a hacerse el silencio, sólo roto por el radiante fulgor del sol, coincidente en unos brevísimos instantes con las rítmicas y zumbonas notas del despertador.Después, al incorporarme mis huesos hicieron acto de presencia recordándome sus característicos,cortos y dolorosos mensajes.Me ceñí al cuerpo la florida bata de seda preciosa que también se negaba a pasar inadvertida.Por los pliegues característicos de su tela y al compas de mis movimientos, podía percibirse su típica presencia.
En el lavabo un grifo mal cerrado acompasadamente goteaba.El agua anunciaba su presencia,antes de manifestarse con plena fluidez al ducharme.
Al abrir la crujiente ventana de madera vieja pude oir el murmullo zalamero de la gatita hambrienta de la vecina y el significativo relincho de la yegua encelada pateando al unísono el pasto del establo.
Sigilosamente pasé a la cocina.Al encender el fluorescente y el gas,ambos manifestaron con breves sonidos su diligente puesta en funcionamiento.Esa mañana no quería despertar el resto de los durmientes.Por eso no encendí el transistor y ni siquiera me atreví a remover con la cucharilla la leche hervida del tazón.Ya había sido suficiente con el heror del agua de los huevos cocidos o con el flujo de la orina y el golpe de cisterna.En la pared el acompasado segundero del reloj ponía de manifiesto su tenaz y permanente presencia cuando todo enmudecía.
Ya en la calle,desde el Hospital de las Monjas, se llamaba a oración con un diligente y armónico campanilleo.Tras su puerta de acceso,un fino y atento oido podría percibir el sonido de las suaves pisadas de las congregantes al acudir al oratorio.Ellas estaban acostumbradas a acompañar con sus silencios los dolores y los gritos de sus enfermos.
Ese día dejaron de sonar las estruendosas sirenas de las ambulancias.Había acabado el ruido de las bombas.La paz de los vivos quiso enmudecer con envidiosa sorna a la paz de los muertos.Que inmensa contradicción...
Yo decidí acudir al Concierto.Al término del primer tiempo de las "variaciones para piano de Anton Webern", uns minoritaria pero señalada parte del público asistente,no pudo contenerse mas sin carraspear su urgente golpe de tos.Una vez acabada la composición musical, el asombrado auditorio "rompió a aplaudir",emitiendo unos sospechosos de complicidad !bravo!.
Llegada la hora de acostarme presagié una calurosa,sigilosa y enmudecedora noche plena de calma.Un par de mosquitos llegaron a provocar una delatadora sonrisa de mi pseudosilencioso amanecer.
En el lavabo un grifo mal cerrado acompasadamente goteaba.El agua anunciaba su presencia,antes de manifestarse con plena fluidez al ducharme.
Al abrir la crujiente ventana de madera vieja pude oir el murmullo zalamero de la gatita hambrienta de la vecina y el significativo relincho de la yegua encelada pateando al unísono el pasto del establo.
Sigilosamente pasé a la cocina.Al encender el fluorescente y el gas,ambos manifestaron con breves sonidos su diligente puesta en funcionamiento.Esa mañana no quería despertar el resto de los durmientes.Por eso no encendí el transistor y ni siquiera me atreví a remover con la cucharilla la leche hervida del tazón.Ya había sido suficiente con el heror del agua de los huevos cocidos o con el flujo de la orina y el golpe de cisterna.En la pared el acompasado segundero del reloj ponía de manifiesto su tenaz y permanente presencia cuando todo enmudecía.
Ya en la calle,desde el Hospital de las Monjas, se llamaba a oración con un diligente y armónico campanilleo.Tras su puerta de acceso,un fino y atento oido podría percibir el sonido de las suaves pisadas de las congregantes al acudir al oratorio.Ellas estaban acostumbradas a acompañar con sus silencios los dolores y los gritos de sus enfermos.
Ese día dejaron de sonar las estruendosas sirenas de las ambulancias.Había acabado el ruido de las bombas.La paz de los vivos quiso enmudecer con envidiosa sorna a la paz de los muertos.Que inmensa contradicción...
Yo decidí acudir al Concierto.Al término del primer tiempo de las "variaciones para piano de Anton Webern", uns minoritaria pero señalada parte del público asistente,no pudo contenerse mas sin carraspear su urgente golpe de tos.Una vez acabada la composición musical, el asombrado auditorio "rompió a aplaudir",emitiendo unos sospechosos de complicidad !bravo!.
Llegada la hora de acostarme presagié una calurosa,sigilosa y enmudecedora noche plena de calma.Un par de mosquitos llegaron a provocar una delatadora sonrisa de mi pseudosilencioso amanecer.
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